lunes, 4 de noviembre de 2013

Tú.

Lo que más me gusta de tí, es tu boca entreabierta y tus inquietos ojos buscando un punto infinito en el que quedarse mirando, tu mano izquierda situada sobre tu abdomen mientras tu pecho asciende y desciende lentamente, como un globo hinchándose gracias al aire que un niño le brinda por diversión.
Y el perfilado que dibuja tu silueta, empezando por ese pelo oscuro y acabando en la última célula de tí.
Los ojos verdes que se clavan justo en los míos, atrayéndome hacia tí, como si fuéras un imán y yo tu polo opuesto. Y eso es lo que somos, polos opuestos, que al menos, en mi caso, repele todo lo que hay a su paso para seguir esa fuerza de atracción. Tus negras pupilas, en las que levemente, veo reflejada mi blanca piel, con un tono grisáceo, como cuando se está bajo el manto de la noche, alumbrado por las centelleantes estrellas y la plateada luna.
Tus labios, otra de mis perdiciones, como el chocolate blanco. Esas finas lineas rosadas que se colocan justo debajo de esa puntiaguda nariz con la que suelo rozar cada vez que me besas.
Tu sonrisa, tu descolocada sonrisa, caray, ¿en qué pensaba el mundo cuando dijeron que las dentaduras perfectamente alineadas eran las más bellas? No vieron la belleza en la imperfección, que es lo más perfecto en tí.
No vieron que todo lo imperfecto, estaba colocado con una sutil gracia, como cualquier cosa hecha por un niño.
Tu cuello, que desciende justo por debajo de tu mentón, y acaba en esas recortadas clavículas que aportan una gracia a todo tu perfecto esqueleto.
Tus manos, que se deslizan entre las mías como el agua. Esas que me hacen sentir más seguras siempre que sujetan las mías, con esa dulzura electrizante que recorre mi cuerpo cada vez que estoy contigo. Y es que tus manos, tan delgadas y esqueléticas, y sumidas por una gracia a costa de tus dedos, alargados e irregulares, y perfectas.
Te quiero, más que a nada, y es una idea descabellada, como el amor, a todos nos vuelve locos. Pero es que cuando pienso en tí me viene a la cabeza que te quiero más que a nadie.
El amor nos vuelve lentos, inocentes e ilusos. Y lo vemos todo perfecto, precioso, incluso lo horrible del mundo, los defectos, todo.
Y es que eso es lo bueno de estar enamorados, que nos fijamos en los pequeños de las pequeñas simplezas en las que nunca nos fijaríamos en otro estado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario