domingo, 20 de octubre de 2013

Como un suspiro...

Y fría, fría como el invierno nevado, como la extensa capa de esponjosa nieve blanca que cubre cada adoquín, cada banco, cada rama de cada árbol. Fría y dura como un granizo y a la vez trasparente y frágil como el cristal. Oscuros carbones, que se colocan idénticamente en pozos negros, una expresión fría, árida, taciturna, la que inunda mi rosto cada día de mi existencia. Rosados salientes llamado labios, que lo único que desean que les roben un beso, y que los envuelva. Lágrimas como las gotas de rocío en la primera, transparentes y claras, como el agua del inmenso océano. Y un corazón acorazado, que late como una bomba de relojería apunto de estallar.
Y dedos frágiles que desean entrelazarse con los suyos.
Y quizás, en ese cuerpo inmóvil, casi inerte, lo único que existen son ideas que cruzan a la velocidad de la luz transportándose de neurona en neurona como una liebre huyendo de su depredador.
Una sonrisa que solo se dedica a todo aquello que la hace feliz, o al menos lo intenta. Impulsos que van
de un lado a otro, y hacen odiar todo aquello que no conozco, esas personas que solo saben reir, que no saben llorar, esos cuerpos ¿inertes? ¿o quizás con vida?, esos que todo para aquellos es fácil, que no se tapan la cara, que viven entre vicios, todos los que ni se preocupan en una expresión muerta. ¿Cómo se puede ser tan persona y a la vez odiar todo aquello que no conoces? Todo aquello que hace daño sin conocer, sin hacerte nada, todo aquello que te hace sentir insegura porque tú no eres así. Porque eres un vaso hasta arriba, desbordado, como un rio en una noche de lluvia fuerte, en la que el cielo llora y cae agua del cielo como si agujas fueran, que te cala hasta los huesos, y te agujerea la conciencia.
Te odias y te amas, odias lo que eres y amas lo que eres. Amas al mundo, la naturaleza y la divinidad de todo lo que puede ser destruido, como una flor en primavera arrancada por un niño, inerte y preciosa, perfecta, con esa blancura y esa cierta fragilidad que la hace aún más bella. Esas hojas que un día cayeron en un árido otoño, y que ahora están tendidas en el suelo, con un aura de vida a punto de agotarse.
Y eso soy yo, una vida a punto de agotarse, con esa agua tintada de ese color rojo granate recorriendo cada surco que va dejando una hoja afilada por cada centímetro de piel que pasa. Sollozando como una noche de lluvia por que un día esto acabe, por que un abrazo, como una capa aterciopelado en una fría noche de inverno, envuelva hasta mi alma y que quede todo en un suspiro.
Eso es todo, que quede en un suspiro, como el las nubes que se dispersan por la cúpula añil que invade el firmamento.

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